Miguel Cerulario |
Desde la división del Imperio Romano por Teodosio el
Grande en 395 habían sido frecuentes los enfrentamientos debido a la diversidad
de interpretaciones en temas de disciplina eclesiástica, práctica sacramental y
doctrina teológica, principalmente sobre la procedencia el Espíritu Santo como
tercera persona de la
Trinidad. Por todo ello, los cismas del siglo v o el de Focio en
el siglo ix marcaron las relaciones entre el papa de Roma y el patriarca de Constantinopla. Las
disputas se agravaron por quien dirigía el proceso de evangelización del centro
y este de Europa.
La separación definitiva entre ambas iglesias no se
hubiese consolidado sino hubiesen coincidido dos hechos. El primero, el
carácter arrogante e intransigente de los dos hombres que tenían que llegar a
un acuerdo, Miguel Cerulario, patriarca de Constantinopla, y Humberto de Silva
Cándida, enviado pontificio a la capital del Imperio en el 1054. La imposición
de las prácticas disciplinarias y litúrgicas latinas a la Iglesia griega de los
territorios del sur de Italia llevo a un cruce de excomuniones entre él y el
legado papal. El segundo, la evolución posterior de las relaciones cada vez más
hostiles entre bizantinos y latinos que consolidaron la fecha oficial del cisma
de 1054.
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